Dios, a pesar de esta responsabilidad que pesa sobre nosotros, no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Preocupados por las consecuencias de nuestra maldad podemos preguntar, tal vez, como aquella gente: ¿Y ahora, qué ?.
En primer lugar se nos hace un llamado al arrepentimiento, a aceptar que Jesús es Dios. Aquel en cuyo único Nombre podemos salvarnos. Esto nos debe llevar a renunciar a los falsos dioses: el poder y el dinero, sin importarnos si para lograrlos necesitáramos pisotear la dignidad de nuestros hermanos, despojarlos de sus bienes y saquearlos. Este llamado es para todos, sin importar su religión o ateísmo. Dios quiere a todos los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares.
En seguida se nos pide abrir las puertas de nuestro ser al Redentor para que habite en nosotros. Esto es posible a través del bautizo: nos sumergimos en el Hijo de Dios para participar de su Vida y de su Espíritu, llegando así, junto con Él, a ser hijos de Dios, pues también está en nosotros.
Finalmente recibiremos el Espíritu Santo, que nos hace criaturas nuevas para no volver ni a traicionar a Cristo, ni a volver a los falsos dioses; entonces seremos testigos fidedignos, tanto por nuestras palabras como por nuestras obras y nuestra vida misma, del Resucitado que nos amó hasta entregarse por nosotros.
Esta es la invitación que recibimos para que nuestra fe en Cristo se renueve y no se quede en una fe muerta, sino que manifieste su vitalidad por nuestras buenas obras, a través de las cuales pasemos haciendo el bien a nuestros hermanos.
¡Lo que logra el amor! Los discípulos sólo vieron el sepulcro vacío y creyeron en la resurrección de Cristo. María Magdalena piensa que se han robado el cadáver de Jesús y permanece llorosa junto a la tumba abierta y vacía. El Apóstol Juan nos hablará de un acontecimiento que, como prueba irrefutable, se convertirá en el testimonio de algo vivido por María Magdalena, que viene a demostrar la mentira sobre el robo del cadáver, difundida por los soldados instigados por los líderes judíos y silenciados por el soborno de los sumos sacerdotes para mentir acerca de la resurrección de Jesús.}
María Magdalena contempla a Jesús; no lo reconoce, pues Él ya está glorificado. Ya no es el simple Maestro, sino el Señor de todo lo creado. María reconoce a Jesús cuando éste la llama por su nombre.
El Cristo resucitado, Señor nuestro, lo contemplamos no por apariencia. En realidad no sabes a ciencia cierta cómo fue; de qué color eran sus ojos, su cabello, su piel; poco sabemos acerca de su figura humana.. Por eso, las manifestaciones de nuestra fe no pueden consistir únicamente en imágenes.
En la Eucaristía la fe nos ha traído no a encontrarnos con la tumba vacía; hemos venido a contemplar a Cristo, a escuchar su palabra, a ser testigos del amor que nos tiene, tan grande, que ha dado la vida por nosotros para que, liberados del pecado vivamos, unidos a Él, como hijos de Dios.
Los que participamos de la celebración Eucarística adquirimos el compromiso de entrar en Comunión de Vida con el Resucitado. Antes debimos arrepentirnos del crimen cometido en el Gólgota, pues todos seguimos siendo responsables.
No podemos quedarnos contemplando a la Cruz.. Debemos obedecerlo: “No vengan a la Iglesia a adorarme; primeo haz la paz con tu hermano y reconcíliate con tus enemigos. Hay que amarlo sirviéndolo en nuestros hermanos; Sí hay que ir a decirle a mis hermanos.
Contarles con las palabras, con las obras, con la vida misma que Dios es nuestro Padre, y que para subir a Él hay que prodigar el amor comprometido que nos señaló Cristo Jesús, su Hijo y hermano nuestro.Seamos sus testigos alegres, que lleven su gozo por volver al lado de su Padre y no la tristeza ni el sufrimiento, de la Tumba Vacía.